jueves, febrero 22, 2007

DESEOS INCONTROLADOS

De ciertos sentimientos
ajados por el tiempo,
derivan algunos deseos incontrolados,
buscando sin descanso
todo aquello que anhelan.

Torsos fuertes
con almas frágiles
queriendo huir
de su triste historia
se arrastran, padeciendo
sus lastimosos
y desencajados rostros.
Soportan su desnudez
con tal pesadumbre
que al verse
sienten asco.
Se regodean entre ellos.
Quieren sentir extrema saciedad
y ceden a la lujuria.
Sus cuerpos sudorosos
desprenden cierto hedor,
que es perceptible
en el ambiente hostil.
Sienten vergüenza
y se esconden en la oscuridad,
con burdos y
soeces gemidos,
que provocan tensión
descontrolada.

Quieren escapar
aunque no pueden.
No entienden
qué fuerza imponente
les empuja a tal perversión,
cayendo estrepitosamente
en las fauces del delirio.

Piden clemencia,
jamás la obtendrán.
Pues, sus almas pecaminosas y putrefactas
nunca alcanzarán la paz deseada
en el paraíso del perdón.

jueves, febrero 15, 2007

PAZ DE LLUVIA

Ha caído la noche.
La calle casi oscura
sólo cuenta con la tenue luz
de algunas farolas.
Y yo,
la contemplo paseando
mi agradecida soledad.

Inesperadas,
empiezan a caer
sobre mi cuerpo
tibias gotas,
lentamente.
La sensación es agradable,
siento su sosiego
resbalando por mi cara,
como una acaricia.

Y empiezan a caer con fuerza,
con toda la intensidad
de la que es capaz la sabia natura,
miles de partículas
del líquido elemento,
arrancando todo aquello
que pesa en mi ser,
dejándome libre,
relajada.

Silencio,
se oye solamente
la dulce música del agua que cae.

Poco a poco
voy sintiendo la irremediable necesidad
quebrar el mutismo
que hasta ahora me acompaña.

Liberándome del resto,
alzo los brazos al cielo
y grito mi nombre
con todas mis fuerzas,
sin esperar que alguien lo oiga,
con el simple fin
de alcanzar mi placer,
el placer de ser Yo misma.

miércoles, febrero 07, 2007


DEL AMOR SOMOS NAUFRAGOS.


Quemamos los barcos
que nos transportaban al paraíso
pensando que el viaje
había terminado.

Mas no imaginamos
que el regreso
sería tan arduo y doloroso,
tanto que aún
se nos encoge el corazón.

¿Qué fue lo que nos hizo
perder nuestras galeras,
cuando aún formábamos
la tripulación más envidiada
que en los puertos
se hubiera visto?

Aferrados a sus restos
somos náufragos
intentando sobre vivir.
Sin isla en la cual morar
permanecemos a la deriva,
llevando por condena
la rotunda contrición.

No podemos esperar
milagro alguno
que nos devuelva
los días gloriosos de antaño,
donde las alegrías e ilusiones
eran nuestro sustento.

Deberemos ahora
regresar a tierra firme,
olvidar el pasado
y este presente
que tanto desazón provoca
en entre nosotros.

Lo perdimos todo,
no nos queda nada.
Nuestro Edén se esfumó
igual que un pájaro
en su último vuelo,
abandonando el nido
al que no volverá jamás.

Sólo queda que nuestros temores
se apacigüen con las frías corrientes de agua,
dejando que nuestras almas
lleguen alcanzar la paz
en otros paraísos.